Cómo afecta el cambio climático a las plagas

El hecho de que el cambio climático influye en cómo afectan las plagas a los cultivos es un hecho contrastado. El aumento de la temperatura a nivel global favorece que muchas especies de insectos puedan sobrevivir en territorios que no son los suyos autóctonos, asentándose y expandiéndose en la nueva geografía conquistada y, en no pocos casos, afectando a las plantaciones y a la fauna locales.

No obstante, y aunque como apuntábamos esta es una realidad irrefutable, aún son muchos los científicos que aseguran que no hay por qué alarmarse: según ellos, los seres humanos tenemos mucha más culpa en el asunto que el propio cambio climático. Asimismo, abogan por sustituir las voces catastrofistas por una mayor concienciación y, sobre todo, por un mejor uso de los productos químicos con los que son tratados los cultivos (ya que, según alegan, la utilización de una cantidad desproporcionada e inconsciente de agentes químicos ha propiciado que muchas especies hayan desarrollado una mayor resistencia ante insecticidas y plaguicidas).

En otras palabras, por el momento solo podemos especular sobre este asunto, ya que las investigaciones al respecto todavía no permiten hablar en términos absolutos. Lo que sí puede afirmarse es que el principal factor que ha favorecido la migración de especies (y su posterior transformación en plagas) es una actividad realizada por el hombre: el transporte de mercancías (en otro post hablábamos de ello en relación a la expansión del mosquito tigre por nuestra geografía). Es decir, que nosotros ayudamos a los nuevos insectos a llegar a nuestra geografía y, por su parte, el cambio climático se encarga de acogerlos y aclimatarlos (valga la redundancia) como es debido.

A lo largo de los últimos años, en España hemos podido asistir a dos ejemplos de cómo el aumento de la temperatura del globo ha traído consigo a nuevas especies invasoras. Por un lado, encontramos el caso de la araña roja (Tetranychus urticae), el tan temido como pequeñísimo insecto que afecta tanto a jardines particulares como a grandes plantaciones (sobre todo a las de cítricos). Ha sido demostrado mediante métodos científicos que, efectivamente, este insecto ha desarrollado una mayor fortaleza y resistencia desde que aterrizase en nuestros campos, hace ya bastante tiempo. A ello han contribuido, sin duda, la humedad y el calor característicos de ciertas zonas de nuestro país.

El otro caso al que nos referíamos es el del picudo rojo o gorgojo de las palmeras (Rhynchophorus ferrugineus), un coleóptero que se detectó hace más de veinte años en el sur peninsular y que se ceba especialmente con la palmeras. Si bien se prevé que la araña roja continúe haciéndose fuerte en España conforme la temperatura continúe ascendiendo (algo que confirman incluso los pronósticos más optimistas), hace poco que los avances tecnológicos han conseguido dar con el enemigo perfecto para erradicar al picudo: una sustancia llamada emamectina. Al someter a las palmeras al tratamiento con dicho agente, las larvas de los picudos son envenenadas y mueren cuando se alimentan de la fibra de la planta, hasta la que la emamectina ha llegado sin haber dañado a la palmera en absoluto.
Un panorama poco alentador

Un reciente estudio realizado por científicos de las universidades británicas de Exeter y Oxford ha sacado a relucir lo que muchos temían hacía tiempo: que el cambio climático está favoreciendo la expansión de plagas hacia los cultivos de ambos polos terrestres. Es decir, que cada vez más superficie cultivada está siendo mermada por insectos, hongos, bacterias y virus, y este proceso irá en aumento conforme el calor global siga aumentando.

A día de hoy, se estima que entre el 10% y el 16% de la producción global de alimentos procedentes de cultivos se echa a perder a causa de los perjuicios provocados por las plagas. O, dicho de otro modo, las plagas son (según apuntan los datos facilitados por entidades especializadas) el motivo principal debido al cual se pierden los alimentos que podrían alimentar a casi una décima parte de la población mundial. Si al efecto que ejerce el cambio climático sobre la propagación de las plagas sumamos el creciente e imparable aumento de la población humana, el panorama al que nos enfrentamos es, cuanto menos, desalentador.